Columnista invitada: Catherine Salamanca (*)
Este, sin duda, ha sido un año que a todos nos ha marcado de una u otra forma. La marca muestra ese paso indeleble en el cuerpo y en la mente. No podemos desconocer que esta época, en condiciones anteriores, tenía la connotación de cierta nostalgia, de revisar lo que se hizo o no durante el año, de planear los objetivos para el siguiente, de reuniones en familia, incluyendo un tiempo significativo para el descanso, el encuentro con amigos, algo de gozo y compartir en la mayoría de los casos.
Pero este, el 2020, sí que es un año realmente significativo, pues nos ha mostrado en cada paso de los días lo vulnerable que puede ser la vida y, a su vez, nos invita a reconocer la verdadera importancia plasmada en los detalles, la relevancia que tienen la salud física y la emocional, el cuidado individual del que solo se puede hacer cargo cada persona, acompañado del cuidado hacia el otro como una muestra de afecto.
Este ha sido un tiempo de pérdida en todo el esplendor de la palabra. Se perdió de entrada la rutina; algunos planes a corto y a mediano plazo se pusieron en pausa; se perdió el encuentro con seres queridos, al inicio del confinamiento; y el visitar lugares que son significativos para cada uno. Este año generó bastantes pérdidas de vidas, de empleos, finalizaron relaciones de pareja, pérdidas realmente incalculables que traen consigo gran dolor.
Si bien la vida está atravesada por la pérdida, este año ha sido una muestra fehaciente de ello. Hemos sido acompañados por la falta, y debemos apoyarnos en ella, para a su vez reconocer lo que sí está, lo que continúa haciendo parte de la vida, y lo que se puede seguir creciendo, aún con la pérdida.
En ese orden de ideas, esta época nos muestra que el cambio es inherente a la vida, que por más resistencia que se oponga, el cambio va a estar presente; que depende de cada individuo y de las herramientas con las que cada uno cuente. Encontrar “un saber hacer”, una respuesta que dé cuenta que no es sencillo, reconociendo la adversidad con claridad y enfrentándose a lo venidero.
Los rituales que se suelen tener en estas fechas -más allá de lo material-, no se deben perder porque pueden facilitar la cercanía, ya sea en un círculo reducido o haciendo uso de los dispositivos de comunicación que hemos cuestionado tanto, pero que en el momento actual nos permiten acortar distancias. Este puede ser un momento propicio para compartir y contar historias, entre muchas otras opciones de encuentro emocional.
Es verdad que no todos los integrantes de la familia se van a reencontrar, por lo que será necesario entender y asumir la pérdida, y, sobre todo, hacer del cuidado y del autocuidado una muestra de afecto para conservar los vínculos posibles en el futuro.
Es fundamental tomar consciencia del futuro, de lo venidero, para no decidir desde la emoción del momento y que las formas no adecuadas de celebrar en este tiempo luego tengan finales desafortunados.
Las renuncias al encuentro familiar presencial pueden afectar a unos más que a otros. Por ello, no podemos dejar de lado a los adolescentes quienes naturalmente tienen una necesidad de contacto social, de estar con sus iguales. Navidad y fin de año son fechas que los confrontan y los hace especialmente vulnerables a la frustración, por lo que es fundamental conversar con ellos sobre la necesidad de reconocer sus emociones y de no calificarlas como buenas o malas; de recordarles que son emociones que surgen como respuesta natural al estado de cambio en el que nos encontramos.
También es importante que los niños y adolescentes reconozcan frente a un acompañamiento adulto, que no se debe caer en la negación de emociones o estados de ánimo negativos, que las emociones deben estar presentes y que está bien hablar de ellas. Respecto a la muerte, ayuda aceptarla como algo natural, aunque sea profundamente dolorosa. Es normal sentir añoranza y nostalgia.
Para los niños resulta fundamental mantener viva la fuerza de la imaginación, para confrontar la incertidumbre que continuaremos afrontando.
A los adultos les vendrá muy bien reconocer que la angustia es el sentimiento que trae certeza, que nunca miente y que se pueden apoyar en el mismo para encontrar soluciones que sean idóneas al momento de cambio, porque va a pasar. Es probable que la realidad nunca vuelva a ser la misma, pero es esa diferencia la que nos vemos abocados a enfrentar.
Y, por último, teniendo en cuenta la sobredemanda de estudio, trabajo y encuentros por diferentes plataformas virtuales, que sea un momento de apoyarnos en ellas, y, a su vez, encontrar espacios para prescindir de las mismas. Darle paso al encuentro consigo mismo es netamente oportuno y necesario para mejorar la consciencia de las emociones.
Que esta sea una oportunidad para lograr un acercamiento simbólico, un reconocimiento de las personas importantes que han tenido un impacto significativo en la vida de cada uno y un ejercicio por fortalecer dichos vínculos.
(*)Autora: Catherine Salamanca, psicóloga clínica y psicoterapeuta psicoanalítica de la Pontificia Universidad Javeriana, magister en Salud Mental y Psicopatología de la Universidad León, Barcelona – España.